Tras casi un año en este país y ya casi con un pie en España, ha llegado la hora de hacer balance. Once meses dan para mucho: alegrías, agonías, viajes, enfados, tristezas, amigos, compañeros, apuestas, comidas, cenas, pakis, banglas, filipinos, palestinos, fiestas, ansiedad, barbacoas, accidentes, compra-venta de vehículos, robos, ira, momentos irrepetibles, camellos, ribera del golfo, arena, vuelos, odiseas, aprendizaje, estrés, mujeres ninja, saudíes locos, crecimiento, ilusión y desilusión, locas carreras por el país, croquetas, marmolillos, comerciantes justos, estrellas del porno, mejicanos-esponja, paisas del bronx, privilegios y sobre todo para descubrir que todavía eres capaz de sorprenderte para bien y para mal.
Básicamente el resultado es "mejor de lo que pensaba", "podría haber sido peor", en defenitiva "satisfactorio" tanto a nivel personal como a nivel profesional.
Si tuviese que elegir algo para lo cual Arabia Saudí ha sido de gran ayuda casi con toda seguridad diría que se trata de la paciencia, algo que nunca me ha sobrado y que mi madre siempre se encarga de recordarme. Sin embargo también he aprendido que inevitablemente siempre, al final de cada titánico ejercicio de paciencia, hay una explosión de ira seguida de la más absoluta de las sensaciones de impotencia. Pero cuando esta sensación llega, le acompaña habitualmente el descubrimiento de nuevos amigos y apoyos. Y de esos, no me han faltado este año. Muchas veces me he dicho a mi mismo y al que estuviese dispuesto a escuchar que de no ser por la gente que he encontrado en este recóndito desierto dejado de la mando de Dios, quizá alguna de las visitas a España hubiese sido sin billete de vuelta a Riad.
En este país (y sospecho que en cualquier otro) no eres nadie si no te rodeas de la gente adecuada. Yo, he tenido la suerte de verme rodeado de varias personas con ese perfil. Y a ellas les estoy profundamente agradecido, más allá del egoísmo de la supervivencia. Agradecido por las miles de horas que he pasado en este país partiéndome el pecho de la risa, correteando por compounds, de rally por King Fahd, apurando las copas en festejos asurdos de embajadas, casas particulares y países vecinos, odiando al camarero filipino del restaurante de turno, libaneteando en la piscina de solteros, siendo vigilado en la de familias, asistiendo al continuo enloquecimiento de Destructor, a la hibernación de Joe, y el proceso degenerativo de las sinapsis neuronales de Fairtrade.
También estoy agradecido a las pizzas y los shawarmas que me han mantenido vivo durante un año completo.
Pero sobre todo estaré agradecido si he podido ayudar a cualquiera de las personas que me han hecho feliz aquí, a ser felices también.
Gracias Arabia, por lo bueno y por lo malo. Próxima estación: ¡¡¡la patria!!!