Como cualquier situación que haya vivido antes, pasar un año en Arabia Saudí tiene sus altibajos. Los altos todos los conocéis, los habéis visto en fotos o los habéis oído de mí propia voz.
Pero llegan tiempos en que este país puede, por desgaste y acumulación, crear un estado subyacente de crispación y rechazo. No es una condición que se manifieste en la actitud que uno demuestra, no se trata de arranques de ira o abierta repulsa a situaciones concretas. Más bien se trata de algo parecido a la forma en que una gota de agua desgasta una roca a si la golpea el número suficiente de veces, igual que el uso diaro acaba rompiendo un mantel.
De manera imperceptible las pequeñas incoherencias que alberga Arabia Saudí, las insignificantes frustraciones de cada día, van creando un poso de impotencia que se mezcla con el asombro, pasa por la incredulidad y desemboca en hastío cansancio físico y mental. Y lo alarmante es que esas incoherencias no son exclusivas de los saudíes.
Ser testigo de cómo se asumen las más altas cotas de absurdo por acto de fe abruma y le hace a uno pensar en que al fin y al cabo puede que sea tan sólo una variante distinta de lo que pasa en otros lugares. Lo que el ser humano es capaz de aceptar como verdadero, como algo seguro e indiscutible basándose en razones totalmente irracionales (véase la paradoja) es simplemente digno de una película de los hermanos Marx.
Aquí, más que en ningún otro sitio, he comprobado la verdad que encierra aquella frase que dice que "una mentira repetida el suficiente número de veces es verdad". Y esas mentiras se repiten, más bien, son bombardeadas diariamente desde todos los ángulos posibles por estas latitudes. Este país no es una excepción.
Hoy en día se dan por hecho muchas cosas como por ejemplo que el sentido común es, efectivamente algo común, cuando en realidad es una de las virtudes más escasas en el ser humano. Lo siento señores pero el entendimiento no es democrático. Hay demasiada gente por ahí que no tiene ni puta idea de nada.
Sinceramente no sé muy bien a dónde quiero llegar y estoy divagando y lanzando pensamientos inconexos.
El tiempo dirá qué significó este año y lo que en él aprendí. Milan Kundera lo dijo en "El libro de los amores ridículos":
"El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es de lo que ha vivido y cuál era su sentido"
Sólo sé que hay días en que me siento decepcionado por la condición humana, asqueado por el poder, frustrado por la vida, triste por la sonrisa del que menos razón tiene para sonreír, cansado por caer en viejos errores, irritado por mi incapacidad para cambiar las cosas, cegado por el absurdo que me rodea, crispado por la incompetencia, aplastado bajo la dictadura de cada persona, incapaz de aprender y mejorar, sobrepasado por las circunstancias, atenazado por el miedo a la rutina, y sobre todo, escéptico en lo referente a mi fuerza.
Hoy me siento muy lejos de todo y de todos. Mañana quizá lo entienda.